DESIERTO
Nunca nada es monótono en el desierto. Nunca nada es como parece ser. En medio de la quietud hay un movimiento, en la vegetación apagada hay una flor roja, en las dunas inmóviles se forma un montículo instantáneo.
A la hora del crepúsculo el viento avanza sin opsición ni ruido por kilómetros y kilómetros de polvo. Un rumor de agua atraviesa el lecho de los mares antiguos. En la planicie quebrada por la sequía, la yuca, el nopal rastrero y la piedra caliza parecen orejas vueltas hacia el infinito.
La figura humana que atraviesa los llanos de la gobernadora es una alucinación a los ojos del reptil, que la columbra desde una roca, como si al andar en ella fuera atravesando un juego de párpados.
En el territorio del camuflaje, criaturas anhelosas de lluvia se desplazan aquí y allá casi inadvertidamente, confundiendo al ojo. La luz es tan vibrante que forma estrías en la frente; la planta embarrada en el suelo da la impresión de no haberse movido de su lugar hace siglos.
En el mundo de los cactos las espinas se mueven solas. La tortuga del Bolsón, esa reliquia del Pleistoceno de origen marino, sale de su madriguera, con patas que un día fueron aletas.. Como si no mirara, su mirada amarilla escruta los alrededores.
Nadie sabe si el halcon de cara blanca que caza lagartijas y ardillas es real o imaginario, es un aminal tutelar o un perseguidor de sombras fugaces. Aquí la realidad se mezcla con la ficción y la soledad hace delirar. En un instante el ave se pierde en el espacio, como si jamás hubiese sido.
Al meterse el sol, el hombre empieza a ver.
Extracto del libro "La Zona del silencio" de Homero Aridjis
lunes, febrero 09, 2004
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