lunes, febrero 23, 2009

El abismo


Estoy de este lado, justo en el borde y una cortina de bruma gris rellena el abismo. Mi equilibrio nunca ha sido muy bueno. Desvío la mirada al cielo y las estrellas me entretienen unos instantes y me cantan queriéndome dormir.

Las voces no son claras, se escuchan como un murmullo y en un instante de calma se escucha claro mi nombre y me pongo a temblar preguntándome ¿Qué querrán de mi? ¿Y si no puedo darlo?, miro mi bolsa y está tan vacía, creo que alguien ha estado tomando pequeños trozos mientras me distraigo con las estrellas.

Mis brazos son largos, pero no consigo despejar lo que hay delante y mi horizonte se reduce a la punta de mi nariz, que por cierto está fría y ya no la siento. Todo es tan confuso que mejor vuelvo a mirar las estrellas y anhelo ser una de ellas, prenderme en el infinito y tener una caída larga que me logre arrullar cuando sea el momento de desprenderme. Porque nadie me asegura que ese abismo frente a mis pies sea profundo o simplemente logre lastimarme manos y rodillas.

Pero tampoco se a bien que está del otro lado, ni se si será mejor que lo que hay de este lado, pero mi camino ha llegado a este punto y no quiero retroceder y andar de nuevo por ese camino, pues no estoy segura de recordar donde estaban las espinas. La única solución es hacia adelante, escucho algunos ruidos que provienen de allá, hay voces cálidas, pero no se si solo me están engañando para que me lance al vacío o quizá solo quieren que pruebe mi coraje a lo nuevo, lo desconocido.

Una última mirada a las estrellas, sentir al aire rozando mi piel, un último respiro antes de dar ese paso inevitable, ya me cansé de este lado…

jueves, febrero 19, 2009


Ya no se puede estar tranquilos, creo que ningún lugar está seguro. Cuando se les ocurre a los que no tienen nada mejor en que pensar, uno se puede convertir en blanco fácil y caer sin deberla.

Todo ha cambiado y no siempre son las cosas para bien, o para mejorar. En los últimos días, por todos lados se ha desatado una fuerte ola de inseguridad. Lo peor de todo es que los que la llevan son gentes inocentes, y todo lo que se escucha son de ataques por aquí, balaceras por allá, que ya echaron granadas en un retén, que van no se cuantos muertos, que hay código rojo, que se planea un toque de queda, que háblale a tu famila para que no salga, que siempre no hay clases porque hay ataques a una cuadra, que los negocios decidieron cerrar como si fuera domingo, que mejor no te vayas para allá, espérate a que se calmen las cosas, si es que se calman, que las últimas noticias, que no vayas a los centros comerciales, que ya no se sabe si es mejor que en la casa parezca que haya gente o que no...

Y todo porque las cosas han cambiado, cada vez hay más desempleos, pero hay un solo negocio demasiado lucrativo por el que se están peleando hasta morir (literalmente). Y uno ya no sabe ni que hacer, más que aguantarse las ganas de salir a caminar, con esa impotencia de no poder hacer nada, esperando nunca coincidir.

Esperemos que todo esto pase pronto, se que es difícil, y que lleva su tiempo, pero como anhelo esos días de tranquilidad, en los que podía salir, andar caminando, tan despistada como siempre, sin el miedo que algo malo pudiera pasar. Yo que no soy aficionada a las ciudades chicas, por el momento mi ciudad adoptiva no es la mejor opción.

miércoles, febrero 04, 2009

En el café de siempre

Él no es un chico como todos, aunque pareciera, le gustan los deportes, los carros, las reuniones con los amigos, para hablar de todo y nada a la vez. Pero hay algo que lo diferencia del resto, y eso es su forma de ser. Él es una persona muy sensible y muy sencilla, luchador incansable, firme a sus ideales, incluso tierno y con mucho amor para dar.

Un buen día él decide buscar otros rumbos, seguir sus corazonadas, aprovechar oportunidades y empacó sus cosas, besos a la familia y emprendió su nueva aventura, necesitaba sanar rodillas y corazón de la última caída de las nubes. Nuevo, sin conocer a nadie y saliendo a caminar para que la soledad no lo localice. En uno de tantos paseos en su tiempo libre, al doblar la esquina, sentada en una mesita del café, que se volvería el de siempre, estaba ella, con sus ojos llenos de vida, su libro en las manos y en un segundo de coincidencia él la miró y ella levantó la mirada.

Ella iba cada tarde de 4 a 6 al mismo café, siempre con un libro en las manos y tan radiante como de un tiempo acá, se había vuelto costumbre que él pasara a las 5:30 por ese lugar, volteara a la misma mesa y verla, esperar cruzar miradas y regalarle una sonrisa.

Pero ese día sería diferente, ella llegó al café de siempre a las 4, con su libro en las manos y un sobre como separador. Él pasó por ahí a las 5:30, la miró, pero ella no levantó la mirada, permaneció 5 minutos mirándola fijamente y nada. Dio un paso hacia ella, buscando su mirada y descubrió que una lágrima rodaba por sus mejillas. Sentía que la conocía de tiempo atrás y rompió el silencio, la voz de él la despertó de su letargo, enjugó sus lágrimas y le regaló su sonrisa.

Él no le preguntaba el motivo de su pena, su propósito era hacerla sentir mejor, se presentaron y charlaron por largo rato, que las 6:00 de costumbre habían quedado lejos, pedidas en las horas arrancadas del tiempo, del reloj, esas horas que le gritaban, que le reclamaban, pero que en esa ocasión ella no escuchaba. Tenían tanto en común y tanto de que platicar que ni uno, dos o tres cafés les serían suficientes y acordaron verse cada día a las 5:30, en el café de siempre, en la misma mesa, con la misma vitalidad.

Charlas café tras café, un apoyo incondicional a él que era recién llegado. Él ya no se sentía como antes, dejó a la soledad confundida al doblar la esquina, se quedó desorientada buscando alguien más un poco más gris a quien seguir para ofrecerle su compañía… oh pobre soledad.

El tiempo pasó, ella tenía algo que confesar, eso que desataba los torrentes internos, pero él no la dejaba nunca terminar, no porque no quisiera escucharle, sino porque sabía que eso a ella le hacía mal. Ella lo presentó con su familia y él no podía sentirse más feliz, tenía un motivo para permanecer en esa sucia urbe que le había dado una amarga bienvenida, pero también la oportunidad que ella llenara de luz y dulzura su estadía.

Cuando era más que evidente, porque el tiempo nada perdona, ella le confesó que sus ojos no eran lo único que tenía vida en ella, que alguien más crecía dentro de su ser. Ella no podía verle más a los ojos pues ellos solo habían cruzado palabras, todas las tardes en el café de siempre.

Cuando lo supo, él tomo una decisión… permanecer a su lado y llenarse de su milagro, pues es lo que le faltaba para acabar de sanar rodillas y corazón de la última caída, que ya había quedado en el pasado, dándole la mano a la soledad. Y a las dos se les puede encontrar al doblar la esquina justo antes de entrar al café de siempre, buscando algún pobre incauto que cargue con las dos.