Miro al espejo y no se a bien que es lo que veo. No es solo el reflejo de una boca pequeña, de esa nariz característica, de la frente ancha, los cabellos rizados. No es solo una silueta delgada, que ha cambiado muy poco con el pasar de los años, reconocible, pero no veo que sea la misma.
Si miro al espejo muchas preguntas me asaltan la mente; ¿Quién eres tu?, ¿Por quién es esa sonrisa?, ¿Porqué pretendes que me miras si tu mente está en otro lado?, ¿Porqué solo se refleja una imagen en el espejo?, ¿Para qué el suéter?, ¿Porqué en esta ocasión decidiste mirar? Intento reconocerme, evado las respuestas y desvío la mirada, hasta la próxima vez que me toque pasar frente a él.
Me miro al espejo y no comprendo que es lo que veo, es algo mucho más allá de un par de ojos oscuros, profundos que gritan tanto aunque el silencio se adueñe de la habitación. Son los mismos ojos de siempre, pero con dejos tan diferentes en diversas ocasiones. Son una ventana en la que puedo ver hacia dentro, que me delatan y ponen vulnerable.
Cuando miro al espejo intento descubrir lo que los demás ven, lo que algunos me dicen. Y mi interior está tan revuelto y de repente me parece que todo se nubla, los ojos comienzan a cristalizarse y la visión se vuelve borrosa. Entonces recuerdo las palabras dichas, las escritas, lo que cuenta la piel, las demás miradas y de repente puede gustarme lo que veo.
De reojo al espejo, me invita a detenerme, arreglar aquel mechón que ha caído sobre la frente, acomodar los chinos rebeldes, sume la panza, poner brillo en los labios con la tonta idea que quizá alguien los quiera besar.
Voltear al espejo cuando paso cerca de él, esbozar una sonrisa tímida, cómplice. En mi mente todo lo bueno y me siento bien, tranquila, acompañada, querida, deseada. El ego se inflama y me compro la idea de que quizá soy bonita. No es cuestiones de autoestima baja, sino de memorias y temo pecar de vanidosa si confieso que últimamente, cuando paso frente al espejo, no puedo evitar voltear y recapitular lo que veo.
Nadie me ve cuando me miro directamente a los ojos, respiro hondo y me digo “Afuera hay un mundo”.