Charlas de todos tipos, en momentos entre bien, mal y más o menos. Él siempre ahí para escucharla, ella sabe que puede confiar en él, que en cuando lo necesite él la sabrá escuchar, con la misma atención de siempre y por más negro que luzca el paisaje, al final, él le robará una sonrisa.
No es la primer vez que las nubes de tormenta han cubierto el cielo, sin dejar un espacio vacío en el horizonte, pero tampoco es la primer vez que sus palabras disipan esa amenaza, con fuertes ventarrones que hinchan pulmones, que enjuaga a torrentes. Él disfruta escucharla hablar sobre sus pasiones, sus pendientes, sus preocupaciones, la escucha hablar y hablar sin parar y en mucho coinciden y del resto debaten y a lo acalorado de cada encuentro se le suma un café.
Coinciden (???) siempre en el mismo lugar, ella siempre en esa mesa junto al ventanal, con el libro actual sobre la mesa, del que desprende la mirada solo para anotar algo en su cuaderno o cuando la voz de él le hace voltear la mirada. Él toma asiento y en sus ojos adivina el panorama y sus ojos complementan la imagen. Un saludo y comienzan a charlar, casi siempre están de acuerdo, otras tantas se llevan la contra solo por molestar, por hacer que el momento perdure, él por verla desesperar al sentir que va perdiendo, ella por escucharlo y que no preste atención cuando le llenen nuevamente la taza de café.
Han pasado así los últimos meses y a menos que diga algo así seguirá, en esa mesa junto al ventanal, café tras café, un pan dulce y solo en los ojos la sal.
Lo ha pensado mucho los últimos días, le propondrá cambiar el lugar, otro ambiente, la misma compañía y el café que no puede faltar, para animar sus charlas, sin importar la prisa del reloj. Tan directo como siempre lo propone, y entre risas ella cambia el tema y termina por aceptar. Unos minutos bastaron para ponerse de acuerdo.
No es la primer vez que las nubes de tormenta han cubierto el cielo, sin dejar un espacio vacío en el horizonte, pero tampoco es la primer vez que sus palabras disipan esa amenaza, con fuertes ventarrones que hinchan pulmones, que enjuaga a torrentes. Él disfruta escucharla hablar sobre sus pasiones, sus pendientes, sus preocupaciones, la escucha hablar y hablar sin parar y en mucho coinciden y del resto debaten y a lo acalorado de cada encuentro se le suma un café.
Coinciden (???) siempre en el mismo lugar, ella siempre en esa mesa junto al ventanal, con el libro actual sobre la mesa, del que desprende la mirada solo para anotar algo en su cuaderno o cuando la voz de él le hace voltear la mirada. Él toma asiento y en sus ojos adivina el panorama y sus ojos complementan la imagen. Un saludo y comienzan a charlar, casi siempre están de acuerdo, otras tantas se llevan la contra solo por molestar, por hacer que el momento perdure, él por verla desesperar al sentir que va perdiendo, ella por escucharlo y que no preste atención cuando le llenen nuevamente la taza de café.
Han pasado así los últimos meses y a menos que diga algo así seguirá, en esa mesa junto al ventanal, café tras café, un pan dulce y solo en los ojos la sal.
Lo ha pensado mucho los últimos días, le propondrá cambiar el lugar, otro ambiente, la misma compañía y el café que no puede faltar, para animar sus charlas, sin importar la prisa del reloj. Tan directo como siempre lo propone, y entre risas ella cambia el tema y termina por aceptar. Unos minutos bastaron para ponerse de acuerdo.
- En un lugar tranquilo y cerca de una ventana, para poder ver las estrellas (ella)
- Mi departamento entonces será, yo pongo los cojines y tú la compañía.
- Yo llevo la música y tú el reproductor.
- Tú llegas sin pendientes y yo escondo el reloj.
- Yo llevo algo de botana y tú preparas el café.
- Tú no te apures, solo asiste que yo pongo los besos… digo el café…