Nubes negras han cubierto mi cielo, amenazando con desatar una gran tormenta. Las gotas se apresuran a caer y saltar en el asfalto, rebotar en mi cara y mezclarse con la sal para que nadie advierta su presencia. Hay relámpagos que iluminan por momentos mi cielo y puedo ver mis manos, mis piernas, mi entorno, como si tomara fotografías de cada instante y por más que miro a todos lados cuando esas pequeñas ráfagas de luz aparecen, el ambiente sigue oscuro, frío, el agua se lleva consigo el poco calor que guardaba mi cuerpo y tiemblo. No se si es por frío, no se bien si hay un toque de miedo, o la sensación de todo aquello que sale de mi y se diluye en la banqueta, se la beben las plantas y yo me renuevo quedando vacía, lista para recibir lo que venga.
Y extiendo los brazos buscando encontrar algo en esta densa oscuridad, pero solo me encuentro yo, perdida en un abismo que no muestra salida, ni una guía para saber si voy saliendo o me acerco irremediablemente al borde del barranco, donde el próximo paso puede ser el último. Todos los sentidos atentos buscando calor, aroma, sonido, una silueta, un algo que me muestre, que aunque no pueda o no quiera detenerme, que voy bien, que la tormenta corre en sentido contrario y que estoy por salir de ella, que el sol saldrá a tiempo y tenga oportunidad de henchir mis pulmones y renovarme para ir a ti.
Y es que es tanta la falta que me haces...