"Dale Señor el descanso eterno y que alumbre para él la luz eterna..."
Un aroma a flores de repente invadió toda la habitación, ahi no faltaba ninguno de los que teníamos que estar, había unos cuantos de más, solo haciendo relleno, pero se les agradece su presencia para dale ese último adiós.
Adiós a él, él que siempre fue tan fuerte y lleno de vida, que pese a la adversidad conservaba el sentido del humor y te robaba no una, sino miles de sonrisas, las mismas que él te regalaba así solo porque sí.
Adiós a él, que disfrutaba de las tardes conectándose con la naturaleza, las sierras, las huertas, que podía entretenernos por horas recolectando luciérnagas para que alumbraran desde su camisa. Que te animaba a salir, dejar atrás esas 4 paredes y ver el mundo, la belleza que encierran las montañas, que te acercan otro poco al cielo.
Adiós a él, que siempre tenía una palabra de aliento, que me ayudó tanto a confiar en mi misma, que me ayudó a descubrir el poder de mi mirada. Se fue y yo me quede con esa deuda enorme que tenía con él, que no tendría como pagarla aunque yo fuese quien se adelantara en el camino.
Adiós porque emprendió un viaje por otros caminos que ya nos tocará recorrer, caminos que va explorando por adelantado para poder guiarnos cuando lleguemos a ese umbral. Él que no se ha ido del todo, es solo un adiós a su cuerpo, porque su presencia sigue en nosotros, el viento trae consigo su aroma y revive las memorias que acercan su risa, su voz.
Es un adiós para que no se detenga en este mundo, que siga su camino que ya le habremos de alcanzar, que siga de frente ya sin sufrimientos, reviviendo y deshaciéndose de todo lo que le molestaba.
Es una despedida donde las lágrimas brotan al recordar toda la dicha y el bien que nos hizo, que por ese corto o largo tramo, nos haya acompañado en el camino.
Adiós a él, él que siempre fue tan fuerte y lleno de vida, que pese a la adversidad conservaba el sentido del humor y te robaba no una, sino miles de sonrisas, las mismas que él te regalaba así solo porque sí.
Adiós a él, que disfrutaba de las tardes conectándose con la naturaleza, las sierras, las huertas, que podía entretenernos por horas recolectando luciérnagas para que alumbraran desde su camisa. Que te animaba a salir, dejar atrás esas 4 paredes y ver el mundo, la belleza que encierran las montañas, que te acercan otro poco al cielo.
Adiós a él, que siempre tenía una palabra de aliento, que me ayudó tanto a confiar en mi misma, que me ayudó a descubrir el poder de mi mirada. Se fue y yo me quede con esa deuda enorme que tenía con él, que no tendría como pagarla aunque yo fuese quien se adelantara en el camino.
Adiós porque emprendió un viaje por otros caminos que ya nos tocará recorrer, caminos que va explorando por adelantado para poder guiarnos cuando lleguemos a ese umbral. Él que no se ha ido del todo, es solo un adiós a su cuerpo, porque su presencia sigue en nosotros, el viento trae consigo su aroma y revive las memorias que acercan su risa, su voz.
Es un adiós para que no se detenga en este mundo, que siga su camino que ya le habremos de alcanzar, que siga de frente ya sin sufrimientos, reviviendo y deshaciéndose de todo lo que le molestaba.
Es una despedida donde las lágrimas brotan al recordar toda la dicha y el bien que nos hizo, que por ese corto o largo tramo, nos haya acompañado en el camino.
Descanse en Paz
Igancio Anchondo Rosales.
Igancio Anchondo Rosales.
*El recuerdo es eterno y aunque ya han pasado algunos dias desde su partir yo necesitaba vaciar mis pensamientos.