Ella se sienta a la mesa acompañada de otras amigas, hay charla, risas. Por toda la habitación gritan, reclamando atención, las notas de una melodía desconocida. Él ha llegado, los lugares junto a ella están ocupados, simplemente se para al borde de su silla tratando de confundirse con los sonidos, mandar su caricia con el viento, percibir su aroma y contemplarla en silencio. La melodía cesa, él ha quedado al descubierto, ella se percata de su presencia y le invita a tomar asiento. Él se sienta en una silla apartada de ella, intenta controlar sus ojos que solo se escapan para mirarla a ella, pero ella no se da cuenta de lo que pasa y continúa con su plática. Después de un tiempo, algo dentro de ella percibe ese campo magnético acaparador de la atención, esporádicamente le regala una mirada en secreto.
El tiempo corre, la gente comienza a despedirse, poco a poco la habitación ca quedando vacía, pero el disco sigue tocando, las melodías invasoras distraen la atención. A la mesa solo ellos dos, por fin las miradas se cruzan, pero es tarde, él se despide, ella toma sus cosas y comienza a caminar. Las melodías cesas, la habitación se ha quedado en silencio.
Me he quedado sola, la mesa está vacía y el recuerdo de sus caras al cruzar miradas sigue grabada en mi mente, tanto era el nerviosismo de su encuentro que no se percataron que mis ojs vigilaban desde la habitación contigua.
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Hace 1 día.
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