Es una buena pregunta que cuando alguien querido nos la hace uno siente las ganas de poder decirle, "Hey voltea, aquí estoy...".
Con esas ganas de que el tiempo y la distancia se pusieran de nuestra parte, sentimos la necesidad de cerrar los ojos y esperando al abrirlos encontrarnos justo detrás de esa persona que reclama nuestra presencia. Por esas personas uno es capaz de todo, capaces de viajar kilómetros para ir a dar un abrazo, tener una charla amena, aprovechar cada segundo del encuentro para grabarlo cuadro a cuadro en nuestra memoria, que nuestro corazón se llene de su presencia.
Olvidando por unos instantes que el paso por ahí es temporal, añorando que el momento sea eterno, deseando con todo el corazón que no llegue jamás el momento de partida, esos crudos instantes de despedida. Esperando que el tiempo no se impaciente de tener que correr tan lentamente, concediéndonos un suspiro más, una mirada más, unas palabras dichas frente a frente con los ojos clavados en los del otro. Asimismo, implorando que la distancia no se ponga celosa y quiera interponerse de nuevo, porque en esos momentos no estamos listos para dejar a ese ser querido, no estamos preparados para un regreso, la lengua se rehusa a decir un hasta luego y se emberrincha si tiene que decir adiós, yo creo que es por eso que les dejamos un cachito de nosotros y nos traemos un cachito de ellos.
En cada reencuentro regresamos con algo nuevo, ya no somos los mismos, podemos parecer completos, pero hemos dejado una parte de nosotros allá, en aquellos confines distantes pero no tan lejanos [ningún lugar esta lejos en realidad]. Hemos cargado la memoria con nuevos recuerdos, frescas memorias de sonrisas, miradas, voces, risas, abrazos, árboles, cielo, calles, gente, sol, lluvia, café...
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