jueves, julio 08, 2004

Aún me es sencillo recordar esas tardes en las que no tenia preocupaciones, que eran tardes solo para mi, tardes llenas de verde, de campo, de letras que viajaban en el aire y que yo rescataba para obligarlas a quedarse, que dieran vida a mi lapicero, que reflejaran lo que pasaba en mi interior. Eran tardes sin sueño, sin molde, pretexto, tardes sin dueño. Tardes que se iban pensando en aquello que he olvidado sobre la banqueta, donde paso a paso iba quedando mi felicidad diluida. Tardes alegres con nubes, tan frescas como esas rosas que miran las estrellas desde mi buró. Quizá pensaba que todo estaba bien y lo estaba, pero no imaginaba que pudieran estar mejor, que esa tarde que me brindara cambiaría el concepto que tenía. Una tarde que me regaló, que me enseñó a soñar, cambiando un poco la dirección del viento, robándole tiempo al reloj que no uso y enseñándome un nuevo concepto de lo que es el amor.
Y así de tarde en tarde se me pasan los días pensando, recordando, esperando que sea de noche para mirar al cielo y descubrirlo en esa estrella fulgurante, inundarme con su luz, su calor, nadar en su felicidad y embriagarme de ella.

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