Esa mañana llamaron a la puerta de mi cuarto, la perilla giró y apareció mi mamá con una petición especial. Si podía llevar a la perrita al veterinario.
Tenía enferma ya 8 días, de repente amaneció mal, dejó de comer y lo poco que comía lo regresaba. La llevaban todos los días con el veterinario, la inyectaba y daba unas recomendaciones para su cuidado.
Yo llegué a la casa en su día 6. Estaba flaquísima, apenas si se movía, no se quejaba, solamente te miraba con esos lastimeros ojos negros. Ese día le compraron suero y unas gotas para el vómito. Requería de cuidados todo el tiempo, no podía ser canalizada, el suero se lo dabamos cada 30 minutos y las gotas cada 3 horas.
Yo agarré práctica y truco para hacerla tomar lo que necesitaba. Te partía el alma verla sufrir, porque aunque no emitía sonido alguno, sus ojos lo decían todo. El vómito cesó, mi hermanita y yo estábamos felices porque esa noche cuando la buscábamos para darle las gotas, ella corrió un poco a nuestro encuentro.
El día 7 había perdido fuerza, tomaba agua acostada en el suelo, sus patitas no la sostenían, no se movía casi, solo te buscaba con la cabeza. Ese día en la noche ya tenía 2 días sin vómito, te buscaba la mano y lo único que podía hacer por ella era soberle su panzita, intentar que durmiera, que descansara. Yo la vi mucho mejor.
Legó el día 8. Mi mamá estaba feliz porque si el médico lo autorizaba, dado que tenía 2 días sin vómito, iba a darle de comer. Ya tenía su plan, mi mamá sonreia y me pidió que la llevara al veterinario.
Yo estaba arreglándome en mi cuarto para salir, mi mamá le daba el suero y la preparaba para que la llevara. De repente escuché a mi mamá diciendo:
- No chiquita, tranquila... No, no lo hagas..
Después escuché un:
- Ahh pobre pequeña, pero ya te van a llevar con el doctor
Mi mamá seguia asustada, la perrita había vomitado y estaba haciendo unos ruidos muy extraños. Yo esperaba que se calmara para poder llevarla, para que no se mareara en el camino.
Escuché de nuevo la voz de mi mamá diciendo:
- Ari, se soltó la perrita, no se que le pasó
En lo que reaccionaba llegó mi hermano y mi mamá nerviosa le dijo a mi hermano lo que había pasado. Él se le acercó, la tocó, la movió, se le acercó al corazón, levantó la cabeza y con una voz cortada nos dijo
- Ya se murió- mientras dejaba caer la patita que sostenía.
A mi mamá le afectó mucho, bastante diría yo, mi hermano de repente estaba sin estar y yo fui quien la colocó en una cajita y recogió todas sus cosas. No respondía, no se movía, no cerró sus ojos negros, esos ojos que reflejaban dolor, tristeza y podría jurar que agradecimiento.
No me dió tiempo de llevarla al veterinario. ¿Qué hubiera pasado si la hubiera llevado antes? Quizá aún tendríamos la esperanza de verla correr, de verla jugar con el gato.
Hoy en el día 9 ya no está con nosotros, solo nos ha dejado el recuerdo de sus ojos negros, su huella en cada rincón de la casa y el maullido lastimero del gato porque no lo dejamos entrar, no hasta que todo este lavado. Otro enfermito más no lo soportaría nadie.
Quizá fué mejor para que ya no sufriera, pero aún así nos robó lágrimas a todos, en especial a mi mamá porque murió en sus brazos. Mi hermano estaba perdido recordándola y mi hermanita que se mareó al recibir la noticia. A mi también me pudo, aunque solo la traté una seman y tres días. Nunca olvidaré que su última noche, con sus ojos pedía que fuera yo quien la cuidara.
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19
Hace 2 días.
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